sábado

LOS OCHO DE OCTUBRE

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A principios de los años ’60, bastante antes del deterioro de la democracia burguesa, dado el estancamiento de la producción y la caída de la tasa de ganancias, se podía prever que el arriba necesitaría emplear la violencia contra un abajo que todavía no se movía como en el ‘69, pero no se mostraba dispuesto a pagar el costo de la crisis.

El Movimiento de Liberación Nacional (Tupamaros) pudo, entonces, anticiparse al devenir y se comenzó a preparar para enfrentar al arriba con la violencia organizada por los de abajo.

Significó un rechazo de plano a la posibilidad de acumular las fuerzas del cambio por la vía electoral y parlamentaria y elegir conscientemente el camino de la lucha guerrillera como método de acumulación política.

Los tupamaros primigenios rompieron decididamente con la legalidad permitida por la clase dominante y llamaron a tomar las armas para derrocar el régimen. Tremenda responsabilidad histórica!
A mediados de 1967, Jorge Pacheco Areco dio comienzo al uso ilegítimo de la violencia organizada por el Estado, con la consecuencia inmediata de tres estudiantes muertos por la policía y centenares de trabajadores sindicalizados detenidos por medidas prontas de seguridad.

La desmesura pachequista radicalizó las luchas populares que, al influjo de la tendencia clasista y combativa, se lanzó a las calles a enfrentar la represión. La lucha social abrió espacios políticos a la lucha armada. La mentalidad combativa y la infraestructura clandestina que había desarrollado el MLN (T) en los años que llevaba preparándose, hacían posible el empleo sistemático del método guerrillero y, por consiguiente, fue la organización política en mejores condiciones para enfrentar la violencia represiva.

Desde ese momento el movimiento popular lo percibió como expresión política de su propia lucha, como la organización que defendía a los perjudicados por las destituciones, las persecuciones sindicales, los apaleamientos callejeros y los encarcelamientos injustificados. Era el movimiento que dejó atrás lo declarativo y apuntó con acciones armadas a derribar el régimen como, por otra parte, lo requerían las movilizaciones populares.

Este sábado se recuerda a Jorge Salerno, Alfredo Cultelli y Ricardo Zabalza, asesinados por la Guardia Metropolitana el 8 de octubre de 1969 en la toma de la ciudad de Pando.

El MLN (T) concibió esta forma de homenajear a Ernesto Guevara también asesinado en Bolivia dos años antes, como demostración de que la guerrilla tenía la edad suficiente para pasar de las acciones “muerde y huye” a las de controlar un territorio, aunque fuere por breves momentos.

Se quería transmitir el mensaje de que, en un futuro no muy lejano, sería posible tomar Montevideo como se había hecho con Pando. Es curioso pero, a pesar de que la acción terminó en derrota militar, tres compañeros muertos y más de veinte prisioneros, la operación de Pando significó el comienzo del crecimiento explosivo del MLN (T).
¿Qué estaba pasando?... pese al desastre en Pando, amplios sectores populares ya reconocían la lucha armada como alternativa real al reformismo electoral y parlamentario.

La sangre derramada fructificó rápidamente en conciencia y compromiso revolucionario. Los hechos de Pando expresaron el espíritu romántico y el sentimiento épico de toda la generación que tomó la senda trazada por el Ché. No teníamos una sola duda, la vida sólo tenía valor si se ofrendaba en el altar de la emancipación social, nos entregábamos a la lucha en la más completa seguridad de estar haciendo la revolución.
Los hechos de Pando sirvieron también para refrendar la concepción que apuntaba al desarrollo de un poder paralelo y opuesto al del Estado, un poder organizado a partir de un aparato guerrillero que extendía su estructura hacia el pueblo como una telaraña de organizaciones diversas pero que, en la práctica, subordinaba el movimiento de masas y la lucha social al centro político que conducía la lucha armada. Paradójicamente, la toma de Pando, símbolo de la disposición combatiente a hacer la revolución, sirvió de plataforma de lanzamiento a la teoría del doble poder, cuya aplicación práctica culminaría en 1972 con el enfrentamiento mano a mano entre el MLN (T) y las fuerzas armadas, en la que obtuvo la victoria el aparato que contaba con los medios del Estado, con el consentimiento efectivo del imperialismo y el apoyo de sectores reaccionarios que clamaban por “mano dura”.
La clave de la derrota del MLN hay que buscarla en la teoría y práctica del doble poder, en cómo la hipertrofia del aparato relegó el movimiento popular al rol de simple espectador, el pueblo sentado en la tribuna sin involucrarse en la lucha armada contra el brazo represivo de la clase dominante.

No se precisa renegar del pasado guerrillero para asumir el error y la derrota, como algunos están haciendo lamentablemente, sino que es preciso analizar a fondo las experiencias revolucionarias y elaborar las conclusiones teóricas que de ellas surjan, sin que importe lo cruda que pueda ser la crítica a cómo pensamos y cómo hicimos en el último medio siglo de historia.

Es cierto, cayeron los muros, fracasó el socialismo real y la URSS, China Popular y otras experiencias ayer revolucionarias construyen capitalismo desde el Estado, es cierto, no tenemos certezas como medio siglo atrás, pero también es muy cierto que en el sistema capitalista no hay solución para los asalariados.

Por si en la historia de los pueblos no hubiera quedado claro, llegó esta última crisis para demostrar que al reproducirse, ampliarse y concentrarse, el capital solamente puede producir más exclusión y más marginación.

Pueblos que hasta ayer aceptaban pacíficamente la dominación, hoy levantan sus banderas de rebeldía en Europa, África del Norte y hasta en el territorio privado de Wall Street. Se precisa una nueva teoría revolucionaria, una teoría que conciba la lucha revolucionaria como una creación autónoma del movimiento popular, de un pueblo insurrecto que se organiza y se arma a sí mismo para hacer la revolución, una teoría que no conciba al movimiento revolucionario encerrado en un aparato, dirigiendo el proceso desde su panóptico.

Los viejos “hombres de aparato” cuentan con muchísimos elementos y experiencias, un testamento político que podría servir de base a quienes harán la próxima revolución.

Durante un siglo funcionaron eficazmente diferentes aplicaciones de la teoría para construir aparatos de poder revolucionario, y lo hicieron con tanta eficacia que derrotaron y sustituyeron al Estado burgués en varias naciones.

Donde fracasaron esos aparatos fue en producir seres humanos con una filosofía de vida totalmente antagónica a la del capitalismo. La propia esencia del doble poder lleva a ese fracaso, porque al construir un aparato revolucionario tan poderoso, en realidad se está construyendo una forma de organización que posee idénticas características a la del Estado burgués que se quiere destruir. En consecuencias, no se forman las mujeres y los hombres con los valores del socialismo, sino que, en ese aparato esencialmente idéntico al Estado, se forman burócratas cuyos valores son los del capitalismo, la competencia a muerte por un cargo, las pujas de poder y conspiraciones internas.

Muchos viejos sobrevivientes de los procesos revolucionarios del ’70 han hecho suyos los intereses del Estado, se han integrado plena y conscientemente a la democracia burguesa y administran las políticas que favorecen los grandes negocios del capital. No los miremos con desconcierto, preguntándonos que pasó con esos sandinistas, farabundos y tupamaros, analicemos su práctica política en los aparatos donde sus cabezas aprendieron a funcionar para ejercer el poder, hacia las masas y en la interna.

Luego vendrán los comportamientos pautados por los intereses personales, por sus delirios de grandeza y el autoconvencimiento de ser infalibles, de ninguna manera pueden concebir que la emancipación social de los trabajadores es asunto de los propios trabajadores y no de “vacas sagradas” o caudillos que les dictan cátedra sobre cómo liberarse.


Estamos viviendo un período de transición entre el agotamiento de la teoría del doble poder y la ausencia de una concepción global de construcción del poder revolucionario del pueblo armado y organizado.

La transición y la ausencia se manifiestan como desconcierto, ya no se tienen aquellas seguridades y sentimientos épicos conque dieron la vida los tres compañeros asesinados en Pando. Son, por consiguiente, tiempos de reubicarse con sinceridad: sabemos de la necesidad de acabar con el capitalismo y transformarnos en columnas de una sociedad de seres libres libremente asociados.

Son también tiempos de no dejarse cooptar por el capitalismo o los cantos de sirena del poder político, de no entregarse a los valores y la filosofía del pasado, de cultivar los valores y la filosofía del futuro. Son tiempos de estacas, de clavarse en la izquierda revolucionaria y resistir los embates y los cantos de sirena. De esperar al acecho

JORGE ZABALZA

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